El hepatocarcinoma o carcinoma hepatocelular es el tumor primario del hígado más frecuente. Es una enfermedad en la cual se forman células malignas (cancerosas) en los tejidos de este órgano.
Se presenta mayoritariamente en el contexto de daño hepático provocado por infección crónica del virus de la hepatitis B (VHB) o C (VHC), cirrosis alcohólica y esteopatitis no alcohólica (Non-Alcoholic Steato Hepatitis, NASH), una enfermedad que consiste en la acumulación de grasa e inflamación del hígado y que se presenta en pacientes con resistencia a la insulina o diabetes mellitus tipo 2 con mal control metabólico.
El control de salud frecuente en este grupo de pacientes es fundamental para detectar lesiones en etapas precoces que sean susceptibles de tratamiento.
No hay una sintomatología específica del cáncer de hígado, dado que muchos de sus síntomas pueden aparecer en enfermedades del aparato digestivo, como hepatitis, cálculos en la vesícula biliar, pancreatitis, etc.
Puesto que la mayoría de las veces el hepatocarcinoma se desarrolla sobre un hígado cirrótico, el paciente puede padecer los síntomas propios de la cirrosis.
Un porcentaje mínimo de pacientes, cuyo hepatocarcinoma se desarrolla sobre un hígado sano, puede presentar síntomas inespecíficos. En ocasiones puede aparecer un bulto en lado derecho del abdomen como consecuencia del crecimiento del hígado, que puede acompañarse de dolor irradiado hacia la parte derecha de la espalda. Otras veces la bilis no se puede eliminar adecuadamente y se acumula en la sangre, dando un color amarillo de la piel (ictericia).
Los pacientes con daño hepático crónico, deben realizar un seguimiento cada 6 meses a través de un examen de sangre que mide el marcador tumoral alfa feto proteína. La medición de este marcador permite diagnosticar tempranamente el 90% de los tumores y cuando el resultado es positivo, se suma una ecografía abdominal, un TAC dinámico helicoidal multicorte o una resonancia nuclear magnética.
La clasificación TNM -utilizada para etapificar otros tipos de tumores- no es útil para hepatocarcinoma en la práctica clínica, debido a que solamente recoge el tamaño del tumor primario, la presencia de infiltración ganglionar y la presencia de enfermedad metastásica o a distancia. En el cáncer de hígado es mucho más importante el grado de deterioro de la función hepática, el número de nódulos tumorales y las posibilidades funcionales (según la normalidad o no del tejido hepático) de poder realizar un tratamiento local con intención curativa.
En el cáncer de hígado el principal factor pronóstico es el estadio funcional del hígado, valorado internacionalmente por la clasificación de CHILD-PUG.
También es relevante el tamaño de la lesión tumoral hepática o el número y tamaño de las lesiones tumorales existentes para poder considerar un tratamiento curativo.
Así, un tumor pequeño en un hígado muy dañado puede tener tan mal pronóstico como un tumor más grande, o varios nódulos tumorales en un hígado funcionalmente sano.
De manera práctica, el cáncer de hígado se divide en tres categorías:
Tumor localizado: El tumor es solitario, o existen varios tumores menores de 3 centímetros.
Tumor localizado que no se puede operar: El tumor está en el hígado o afectando a los órganos vecinos pero no está indicada la intervención quirúrgica, bien por la localización del tumor o bien porque hay cirrosis.
Tumor avanzado: En esta situación el hepatocarcinoma se ha extendido a otros lugares del cuerpo como por ejemplo los ganglios linfáticos, huesos o pulmón.
Dado que el cáncer de hígado aparece en la mayoría de los casos asociado a una cirrosis hepática y que el grado de función hepática va a determinar las opciones terapéuticas y la supervivencia independientemente de la presencia del propio tumor, es imprescindible para poder establecer una evaluación pronóstica, considerar conjuntamente el grado de disfunción hepática y la extensión tumoral.
Actualmente el único sistema pronóstico que vincula la estadificación con el tratamiento y que además ha sido validado tanto en Europa como en EEUU y Asia, es el sistema Barcelona Clinic Liver Cancer (BCLC). Este sistema incluye las variables asociadas al estadio tumoral, función hepática, estatus físico y la presencia de síntomas relacionados con el cáncer y además establece el pronóstico de acuerdo con cuatro estadios que se vinculan a la posible indicación del tratamiento. El estadio inicial incluye pacientes con buena función hepática (Child-Pugh A y B) con un único nódulo o hasta tres menores de tres centímetros. Estos pacientes pueden tratarse con intención curativa con resección, trasplante hepático o ablación percutánea consiguiendo supervivencias a los 5 años de entre 50-75%. Un subgrupo de pacientes con muy buen pronóstico serían aquellos con tumores muy incipientes, asintomáticos, con nódulos < 2 cm, sin invasión vascular ni diseminación sobre cirrosis compensada (estadio 0), en estos la resección o la ablación percutánea permitiría alcanzar supervivencias a los cinco años próxima al 100%.
Es importante que antes de iniciar cualquier terapia el paciente sea evaluado por un cirujano con formación en Cirugía Digestiva Oncológica y que además sea parte de un equipo multidisciplinario para poder discutir la racionalidad (dependiendo del sitio de origen) y la complejidad (dependiendo de la cantidad de enfermedad) de la extirpación del tumor.
El especialista deberá descartar metástasis fuera del hígado, realizar pruebas de imagen para ver la estructura y la circulación hepática. También es necesario que el paciente tenga una buena función hepática, sin cirrosis.
Una vez extirpado el tumor se debe de realizar un seguimiento frecuente. En el caso de que el tumor reaparezca de nuevo en el hígado, se puede plantear una segunda resección quirúrgica.
La quimioterapia sistémica convencional tiene escasa actividad antitumoral en el hepatocarcinoma, probablemente relacionado con la alta expresión de proteínas asociadas a multirresistencia a drogas, y por las dosis limitadas por la enfermedad hepática de base. Los fármacos citotóxicos tienen muchos efectos secundarios y pueden deteriorar aun más la función hepática.
Por lo tanto, se considera un tratamiento sistémico paliativo, en el que el medicamento es introducido al torrente sanguíneo, viaja a través del cuerpo y puede eliminar las células cancerosas que estén fuera del hígado.
La radioterapia externa algunas veces puede emplearse para reducir el tamaño de los tumores de hígado con el fin de aliviar síntomas, como el dolor. Aunque las células del cáncer de hígado son sensibles a radiación, este tratamiento no puede usarse en muy altas dosis porque el tejido normal del hígado también puede ser dañado por la radiación. Con las técnicas de radiación más nuevas, se puede atacar mejor los tumores de hígado con menos radiación a los tejidos sanos adyacentes.
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